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Seguir a Jesús, nuestro Rey

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Toda la jerarquía de la Iglesia, todo carisma y todo ministerio, todo y todos estamos al servicio de su señorío.

El título de “rey” referido a Jesús es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación.
¿Pero en qué consiste el “poder” de Jesucristo Rey? No es el de los reyes y el de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de liberar del mal, de derrotar al dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, traer paz en el conflicto más áspero, encender la esperanza en la oscuridad más espesa.
Este Reino de la Gracia no se impone nunca, y respeta siempre nuestra libertad. Cristo vino a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37) – como declaró frente a Pilato –: quien acoge su testimonio, se pone bajo su “bandera”, según la imagen querida a san Ignacio de Loyola. A toda conciencia, por tanto, se hace necesaria – esto sí – una elección: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿A la verdad o a la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura esa paz y esa alegría que sólo Él puede dar. Lo demuestra, en cada época, la experiencia de tantos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a las adulaciones de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar con el martirio esta fidelidad suya. Cuando el Ángel Gabriel llevó el anuncio a María, Le preanunció que su hijo habría heredado el trono de David y reinado para siempre (cfrLc 1,32-33). Y la Virgen creyó antes aún antes de entregarlo al mundo. Debió después, sin duda, preguntarse qué nuevo tipo de realeza era la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo Ella, y a dar testimonio de Él con toda nuestra existencia,
Papa Benedicto XVI/ Adaptación

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