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Respuesta a una dificultad. Continuamos con las reflexiones de San Pedro Julián Eymard

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Me decís: Es bastante fácil ver la voluntad de Dios en los deberes de estado; pero lo que me pone perplejo son las inspiraciones en materia no obligatoria, como la renuncia a un goce permitido, una mortificación, etc.

Respondo:
1.º Sigan las inspiraciones de consejo cuando vienen acompañadas de paz y de atractivo de la gracia: Dios lo exige de su corazón generoso. Rechacen las que se opongan a otras obligaciones y colocan a su alma en un estado triste de turbación y de inquietud y los dejan en suspenso, sin hacerlos ver si Dios las quiere o no. Es esta una inspiración falsa.

2.º Secunden con generosidad las inspiraciones que los llevan a mortificarlos contra la sensualidad, dado que les venga la insinuación antes de comenzar una obra; pero, una vez comenzado el acto, no hagan caso de la inspiración, porque ya es demasiado tarde y no es más que una inquietud piadosa o una turbación de conciencia perpleja.

3.º Desprecien el temor de abrazar una vida demasiado perfecta. Esta tentación nace en ustedes porque atienden demasiado a la mortificación que, al fin y al cabo, es un medio de santidad, y no adquieren esa libertad de vida en Dios, que es el gran principio de vida.

Conserven la vida interior

Si no tomamos el trabajo de alimentar y conservar la vida interior, al poco tiempo nos sentiremos agotados, débiles y raquíticos. La vegetación necesita de la noche; el sueño es de absoluta necesidad para el hombre; duerman, a menudo, recostados en el corazón del buen Jesús, como lo hizo san Juan.
¡Cuánto aprende en ese apacible sueño de silencio interior el alma con Jesús! ¡Qué valeroso despierta uno!

Se lo creo. ¿Qué hacer?

Soy poco recogido, dicen; no sé reconcentrarme; la actividad me hace salir de mí mismo.
Muy sencillo. Traicionen dulcemente a su imaginación, a su actividad de espíritu, a su irritabilidad de corazón: entréguenlas una tras otra a nuestro Señor y encadénenlas a su santísima voluntad. Pero háganlo sin violencia, sin ruido, con sosiego, como cuando se va a pescar: entonces sí que la pesca será milagrosa.

El cielo en la tierra

En sus relaciones con el prójimo imiten al arcángel san Rafael.
Miren: abandona el cielo, su puesto tan distinguido ante el trono de Dios, y viene a esta miserable tierra. Toma la forma de un ser viviente, pobre, humilde, servil, cerca del joven Tobías: le sirve como a un amo; nunca se le ve sobresaltado; ejecuta todas las cosas con la mayor calma y libertad de espíritu. ¿Y por qué? Porque Dios lo quiere, porque Dios le ha enviado para eso, y el ángel se siente más dichoso cumpliendo su encargo en la tierra que lo fuera en el cielo si –dado que fuera posible– obrara por su voluntad.

Reparen, sin embargo, que aun cuando llevaba vida humana se alimentaba de su invisible y divino alimento, es decir, de la contemplación de Dios, del cumplimiento de su santísima voluntad, lo cual era su cielo en la tierra.
Hagan ustedes otro tanto. Sean como simples jornaleros que hacen lo que se les manda y no se preocupan del día de mañana.
Pongan su alma próxima a Jesús sacramentado; y en lo demás, estén a disposición de todos y de todas las cosas con paz y libertad.

Luzca siempre un hermoso sol a su espíritu; su corazón sea libre como el aire; el Señor viva con ustedes; su voluntad no ame más que la actual voluntad divina; ame cuanto ame Dios. Esté indiferente a cuanto le sea contrario.

El divino maestro sea siempre su primer dueño; su santa ley, su ley suprema; su santo amor, el foco de todos sus amores.
Vivan, en una palabra, de lo positivo de la verdad, de la gracia, de la bondad y, finalmente, del amor que da y recibe todo con amor.

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