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Deberes para con la sagrada Eucaristía: El fuego divino

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El autor nos propone renunciar al amor propio, por el amor al prójimo en la caridad.

Cuando Dios esté contento, estémoslo también nosotros. Cuando Él nos ama, ¿qué nos importa lo demás? Cuando Dios está a nuestro favor, ¿por qué entristecernos e inquietarnos por los que están en contra de nosotros?
¿En ese centro divino del corazón de Jesús habríamos de temer las tempestades del exterior?

Aun cuando Jesús parezca dormido, nada temamos; velemos a sus pies y descansemos tranquilos. No hay tranquilidad ni felicidad fuera de esta mansión divina; no hay virtud verdadera si no nos hace vivir de Jesús; no existe amor puro sin renuncia a sí mismo.

Vayan siempre a nuestro Señor con gran sencillez y un abandono santo, no fijándose más que en dos realidades: en la miseria de ustedes y en la bondad y amor que Él les profesa; por lo mismo, trabajen por sacrificar la voluntad en aras del amor de Dios: he ahí la leña del fuego divino.

Mortifiquen de continuo el amor propio, que renace diariamente en ustedes. Si no se les hace caso en el mundo, si parece que los olvidan, ¡ah!, bendigan a Dios: así le amarán con más puro amor. Así lo hacían y deseaban los santos.

El camino regio

En la meditación tengan al amor de nuestro Señor mediante la inmolación de ustedes mismos: la gracia del amor destruye poco a poco el amor propio, inmolando nuestra voluntad. Déjenle obrar. Al Salvador gusta echar todo por tierra en ese templo de su amor, que es nuestro corazón, y utilizar el látigo para arrojar todo cuanto no sea Él.

Entréguense a Dios por el sacrificio: éste es el medio más corto y más perfecto; es el camino real. Defiendan siempre bien el corazón de ustedes: él es la ciudadela y el centro de la unión con Dios. Sean buenos con el prójimo, mas no lo sean por hacerse estimar y amar: sería un adulterio espiritual.

Pónganse en la mano de Dios en el camino de sus vidas: vayan derechos al deber y a la virtud.

Amor al prójimo

Altamente me consuela saber que dejan con gozo y sin escrúpulo a Dios por el prójimo: esto es verdadero amor de Dios, porque no quiere más que su santísima voluntad y no aspira a otra cosa que a contentarle.

Sigan de esta manera y ejercítense de continuo en la paciencia, en la dulzura, en la tolerancia, en la uniformidad de caracteres; en una palabra, en la caridad. Sean buenos, amables, generosos en los sacrificios: ésta es la flor del amor divino.

Amarán continuamente al divino maestro y lo harán aun en medio de las dificultades y de la miseria. Dejarán de buen grado que pasen el tiempo, las ocupaciones y gustos en beneficio de todos; pero el corazón vivirá en Jesús y en un desprendimiento lleno de su amor.

Vivan, se los vuelvo a repetir, vivan de nuestro Señor, en nuestro Señor y para nuestro Señor. Abandónense enteramente a la espada de su amor. Nunca se vive mejor y más sólidamente que muriendo por amor.

En ello se cifra la verdadera dicha; de esta muerte de sí mismo brota la verdadera vida, tranquila y serena de esta tierra y prometedora de la bienaventuranza eterna.

Todo para Dios

Hay un principio universal y eterno que siempre conviene tener presente ante nuestra conciencia y delante de Dios, a saber: Que hemos de ser del todo y siempre de Dios; saber entregarnos totalmente a Dios como fin y a su voluntad actual como medio.

Sean de Jesús como la esposa de su corazón, como el esclavo de su Sacramento, como el apóstol de su amor. Sean de Jesús con libertad de medios, pero con unidad de fin. Sean de Jesús como lo son los Ángeles en el cielo: gozosos y alegres en su servicio, sencillos y desinteresados en la entrega, por lo menos casi siempre.

La llama que brota del fuego no vuelve sobre sí misma; sube de continuo porque otra llama la obliga; ni tiene tiempo ni movimiento para ello. Dios solo basta a un alma. Poseerle es su mayor bien, amarle su mayor placer, servirle su mayor gloria.

Nada puede suplir a Dios, y Él suple admirablemente a todo lo existente. De todo se puede prescindir menos de Dios.

La mayor de las riquezas es aspirar y trabajar en poseer siempre menos, es decir, la nada de Jesucristo. Sólo a Él hemos de agradar y entregarnos: los hombres no son más que espinas.

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Jesús, en Vos confío

 

 

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