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Deberes para con la sagrada Eucaristía: Olvido de sí mismo

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Invitación a no fijarse en las cosas del mundo sino solo en Dios.

¡Ay! ¡Qué difícil es despojarse, renunciarse, desaparecer…! Cuando nuestra pobre naturaleza cae en manos de Jesús, de todo tiene miedo y se adhiere a todo lo que encuentra y que viene a mano.

Mas nuestro Señor no se contenta con medianías; quiere el olvido completo, que se abandonen totalmente; los quiere en una vida de abnegación, de pobreza espiritual y de entrega absoluta en sus manos, como si fueran unos niños. Todas las pequeñas pruebas que a diario les llegan son una nueva fuerza que les envía para ayudarlos a despojarse del hombre viejo y a entregarse a Jesús con toda la nada de ustedes.

Déjense de buen grado despojar de todo para poder ser totalmente de Dios. Retengan este gran principio de la vida espiritual: Curen bien la fiebre interior por el olvido de ustedes mismos y más aún por el de los demás. Ocúpense de nuestro Señor, procuren complacer a su corazón siguiendo los atractivos de la gracia y ofreciéndole las perlas de sus méritos, de la santísima Virgen y de los santos.

Dios es buen jardinero

La práctica de esta renuncia consiste sobre todo en la sumisión a la voluntad divina por el cumplimiento exacto de los deberes del propio estado y por el sacrificio de los gustos personales por complacer al prójimo.

Está bien y es una perfección no ofender a Dios; pero es aún más perfecto dejar el que Dios obre en ustedes. Él, como buen jardinero, selecciona, poda, talla, injerta, cultiva y riega.

Antes de enriquecer a un alma, Dios la despoja de todo: quiere reinar Él solo y a ese fin dirige todos sus toques. Déjense modelar; la muerte es camino de la vida; el amor reina con el sacrificio. Pero noten lo que les voy a decir: Déjense herir, es decir, dejen obrar a Dios, déjenle darles una y más vueltas, déjenle hablar o callar, déjenle que los visite o que se oculte, que los pruebe por Sí o por las criaturas.

¿Qué más les da si aman y son amados de este bondadoso Salvador?
Acostúmbrense a ver pasar el mundo como las gotas de agua de un riachuelo: déjenlas correr ruidosas, agitadas, revueltas.
Pónganse a los pies de nuestro Señor y, cuando las criaturas los abandonen o cuando los prueben, escuchen a nuestro Señor, que dice: “Yo les basto”.

No hay estado feliz comparable al de una persona que no quiere más que agradar a Dios ni tener más estima ni predilección que la de Dios, y la del prójimo como Dios lo quiera y en tanto que lo quiera; entonces ni los vientos ni las tempestades de los hombres le pueden hacer nada, porque Dios es su todo.

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Jesús, en Vos confío

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