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Milagros eucarísticos: Incrédulo sorprendido

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Un hombre que fue a recibir con superficialidad y poca fe la Comunión experimentó cómo la Hostia consagrada que llevaba en su boca se transformaba milagrosamente en carne verdadera. Esto ocurrió en Middleburg, Bélgica, en 1347. Aún se conservan las reliquias del prodigio en dos ciudades de ese país europeo.

Este Milagro Eucarístico se remonta al año 1347. En la iglesia de San Pedro, en Middelburg, la Hostia consagrada se transformó, durante la Comunión, en carne que sangraba. Los padres agustinos de Lovaina conservan hasta el día de hoy una parte de la Hostia. El monje Jean de Gheest, confesor del arzobispo que aprobó el culto, pidió al mismo la donación de una parte de la reliquia. La otra parte se encuentra en la Iglesia de San Pedro, en Middleburg. El material documentario acerca de este milagro eucarístico es realmente abundante. En la monografía titulada Le Sacrement du Miracle de Louvain, escrita en 1905, por el historiador Jos Wils, docente de la Universidad Católica de Lovaina están presentes casi todos los documentos y testimonios de la época.
En Middleburg vivía una mujer de la nobleza, conocida por todos gracias a su gran fe y devoción. Además, tenía gran atención en la formación espiritual de sus familiares y domésticos. Durante la Cuaresma del año 1374, en la casa de la señora se dio inicio a la práctica de la penitencia, como se solía hacer todos los años, como preparación para la Pascua. Días atrás, un nuevo doméstico, llamado Jean, había comenzado a trabajar en dicha casa. Llevaba una vida de pecado y hacía años que no recurría a la confesión. La señora invitó a todos los domésticos para participar en la misa, y Jean no osó oponerse. Participó en toda la celebración eucarística y cuando llegó el turno de comulgar, se acercó con superficialidad al altar. Apenas recibió la Hostia en la boca, ésta se transformó en Carne sangrante. Al momento, Jean se quitó la Partícula de la boca, de la cual cayó la Sangre, que derramándose, fue a parar sobre un paño que cubría la baranda que estaba delante del altar. El sacerdote comprendió lo que estaba sucediendo; y es así, que lleno de emoción, tomó la Hostia milagrosa y la depositó en un recipiente, dentro del tabernáculo.
Arrepentido, Jean confesó su pecado ante todos. Desde ese día condujo una vida ejemplar y conservó hasta el final de sus días una gran devoción por el Santísimo Sacramento.
Todas las autoridades eclesiásticas y civiles de la ciudad fueron informadas del evento prodigioso. Más tarde, luego de minuciosas investigaciones, el arzobispo autorizó el culto.

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