Faustina: Ángeles

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Jesús no nos dejó sin protección en el mundo.

470 – Una noche, cuando desde mi celda miré al cielo y vi un esplendido firmamento sembrado de estrellas y la luna, de repente entró en mi alma el fuego de amor inconcebible hacia mi creador, y sin saber soportar el deseo que había crecido en mi alma hacia ÉL, me caí de cara al suelo humillándome en el polvo. Lo adoré por todas sus obras y cuando mi corazón no pudo soportar lo que en él pasaba, irrumpí en llanto. Entonces me tocó el Ángel Custodio y me dijo estas palabras: El Señor me hace decirte que te levantes del suelo. Lo hice inmediatamente, pero mi alma no tuvo consuelo. El anhelo de Dios me invadió aun más.

471- Un día en que estaba en la adoración, y mi espíritu como si estuviera en agonía añorándolo a Él y no lograba retener las lágrimas, vi a un espíritu de gran belleza, que me dijo estas palabras: No llores, dice el Señor. Un momento después pregunté: ¿Quién eres? Y él me contestó: Soy uno de los siete espíritus que día y noche están delante del trono de Dios y lo adoran sin cesar. Sin embargo este espíritu no alivio mi añoranza, sino que suscitó en mí un anhelo más grande de Dios. Este espíritu es muy bello y su belleza se debe a una estrecha unión con Dios. Este espíritu no me deja ni por un momento, me acompaña en todas partes.

474 – El día siguiente, viernes 13 XI 1935. Por la tarde, estando yo en mi celda, vi al ángel, ejecutor de la ira de Dios. Tenía una túnica clara, el rostro resplandeciente; una nube debajo de sus pies, de la nube salían rayos y relámpagos e iban a las manos y de su mano salían y alcanzaban la tierra. Al ver esta señal de la ira divina que iba a castigar la tierra y especialmente cierto lugar, por justos motivos que no puedo nombrar, empecé a pedir al ángel que se contuviera por algún tiempo y el mundo haría penitencia. Pero mi suplica era nada comparada con la ira de Dios. En aquel momento vi a la Santísima Trinidad.
La grandeza de su Majestad me penetró profundamente y no me atreví a repetir la plegaria. En aquel mismo instante sentí en mi alma la fuerza de la gracia de Jesús que mora en mi alma; al darme cuenta de esta gracia, en el mismo momento fui raptada delante del trono de Dios. Oh, qué grande es el Señor y Dios nuestro e inconcebible su santidad. No trataré de describir esta grandeza porque dentro de poco la veremos todos, tal como es. Me puse a rogar a Dios por el mundo con las palabras que oí dentro de mí.

490 – A la mañana siguiente vi al Ángel Custodio que me acompañó en el viaje hasta Varsovia. Cuando entramos al convento desapareció. Cuando pasábamos junto a una pequeña capillita para saludar a las Superioras, en un momento me envolvió la presencia de Dios y el Señor me llenó del fuego de su amor. En tales momentos siempre conozco mejor la grandeza de su Majestad.

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