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La Coronilla, oración de los hijos

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Esta plegaria nos ayuda a asumir nuestra vocación
y misión: vivir nuestra filiación divina.

La Coronilla, toda entera, salvo el Avemaría y la profesión de fe, el Credo, están dirigidas hacia Dios Padre, que acoge nuestras súplicas por los méritos de su Hijo, a quien El envió para salvarnos, como propiciación por nuestros pecados.
Con este artículo quisiera no sólo corregir un error que confunde la finalidad de la misma Coronilla sino ayudar a profundizar lo que de fondo estamos haciendo y el inmenso don al que nos unimos por la Redención del Señor.

Por “su”, no por “tu”

Respecto al rezo de la Coronilla, el primer error, a veces muy frecuente, es el decir «por tu dolorosa Pasión». Al decir así, nos estaríamos dirigiendo a Nuestro Señor Jesucristo y no a Nuestro Padre que está en los Cielos y que es aplacado por la amorosa y dolorosa Pasión de su Hijo que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (Flp 2, 8).
Este pequeño error que se comete por descuido, podría, si no se corrige, alejarnos de la comprensión de lo que estamos rezando y ofreciendo. Se debe corregir.

Algo más de fondo

Hay dos errores muy frecuentes respecto al hecho de dirigirnos a Dios Padre.
En primer lugar, y lo más sencillo, es que muchas personas, por ignorancia o descuido, le dirigen toda su oración a Cristo. Dicho de una manera más evidente o correctiva, les da igual que la oración esté dirigida al Padre o al Hijo o al Espíritu Santo. Es decir, no se enteran, a veces, qué están diciendo (lo que significa o implica), ni a quién le están dirigiendo su oración. Esto suele suceder por un claro desconocimiento u olvido de que Dios es uno solo en Tres Personas distintas. Y que cada Persona Divina es perfectamente Dios, pero se le atribuye una “operación divina” diferente a través de la cual, además, accedemos a su mismo ser personal. Por supuesto, recordando que estando unidos a una sola Persona Divina, estamos también unidos a las otras dos, puesto que son un solo Dios.
Que Dios sea infinitamente misericordioso no es excusa para hablar abstractamente a un Dios despersonalizado. Es un Dios amoroso: un Padre que nos ama, un Hijo, hermano nuestro que nos salvó, y Espíritu Santo que nos santifica y consuela. Es un deber de gratitud y de fe tener una relación personal con cada Persona, no una relación difusa con cualquiera. El papa Francisco recuerda: “Dios es una persona concreta, no es un spray”.
En definitiva, no cabe otra cosa que releer, repasar y meditar el Catecismo sobre este inefable misterio de la Santísima Trinidad.
Recuerdo, no usemos la indecente excusa de la falsa “sencillez” o “humildad” para pretender justificar la ignorancia o negligencia para leer. La persona sencilla reconoce su carencia y busca subsanarla, con mucho amor y respeto a Dios.

Jesús nos muestra y lleva al Padre

La segunda consideración es que muchas personas se centran solamente en Cristo como un gran caudillo, modelo o “amigo”, sin tener presente que es revelación del Padre, que quien lo ve a El ve al Padre (Jn 14, 9), y por tanto establecen una relación reductiva con Cristo o intrascendente.
Esta tendencia pudo tener su origen en lo que se llama “jesuismo”. Para muchos esto no es conocido, pero sólo nos interesa un aspecto que tiene relación con nuestra reflexión.
Antes que nada, tengamos en cuenta que no tiene nada que ver con la Compañía de Jesús (jesuitas). El vocablo es jesuismo, no jesuitismo.
Esta concepción fue una tendencia a “encerrar” toda la obra de Jesús en El mismo, cortando toda trascendencia y elevación de Cristo hacia el Padre Eterno. Dicho en otras palabras (señalando más bien sus efectos), terminaba centrando toda la obra evangelizadora o salvadora de Cristo en su voluntad y en un plano horizontal. Jesús sería un gran caudillo y un gran modelo a seguir, pero todo acabaría en El, todo se encerraría en una gran persona a imitar, un ejemplo para la sociedad humana.
Así se llegó a desconocer, y negar, su continua y total referencia al Padre Eterno. Pero de la sola lectura de los Evangelios vemos que Jesús, en absolutamente todo, se refiere a su Padre, le da gracias, lo bendice, manifiesta obedecerlo incluso en su misma y atroz Pasión, etc.
Por ello mismo, se redujo la misma Pasión a la reacción humana ante la integridad moral de Jesucristo; la reacción de un pueblo corrompido ante un gran personaje que descolla por su elevación moral. Y nunca se vería que Cristo fue enviado por el Padre para ser propiciación por nosotros, que Dios sí quiso el sacrificio de su Hijo, que en todo Jesús obedecía al Padre. Siguiendo esta tendencia, se correría el riesgo de desdibujar la misión de Cristo, la razón por la cual se hizo hombre: reconciliarnos con el Padre. Jesús no sólo nos deja un ejemplo a seguir sino, sobre todo, se hace propiciación por nuestros pecados, nos reconcilia con el Padre y así nos lleva a la vida eterna.

Vivir concretamente nuestro ser hijos

Respecto a este obstáculo, la Coronilla nos hace tomar conciencia de nuestro ser hijos, del inestimable don de poder ofrecer a su Hijo Divino a Dios Padre, y nos recuerda que hasta en la misma Pasión hay un designio amoroso de Dios, por eso la ofrecemos como un acto supremo. A la vez, el hecho de dirigirnos directamente al Padre nos recuerda nuestro ser cristiano de intercesores en Cristo y por El. Siempre le rogamos al Padre “por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo…”. Por eso decía santa Faustina: “Dios no me rehusará nada cuando le suplico con la voz de su Hijo” (D-482).
Elevar el corazón al Padre Eterno nos ayuda, o debería hacerlo, a comprender que esta vida es un don del Padre y a El debemos retornarlo. Nos recuerda que podemos ser reconciliados con El por su Hijo. Nos recuerda el deber de ofrecer reparación a su Majestad, y, por ello mismo, que el cristianismo no es seguir el mero ejemplo de Jesucristo y ser buenos sino “ser perfectos, misericordiosos, santos como nuestro Padre del Cielo”.
(Mt 5, 48; Lc 6, 36-37; 1 Pe 1, 16).
Pbro. Germán Saksonoff, C.O.

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