Cuanto más estemos frente al sagrario o comulguemos fervorosos
más fecundos seremos y más amor tendremos para dar.
La Madre Teresa de Calcuta decía en el Congreso Eucarístico de Nairobi: “Si de verdad aspiramos a crecer en el amor, hemos de volver a la Eucaristía y a la adoración. Hasta 1973 teníamos en nuestro instituto media hora semanal de adoración al Santísimo. Pero entonces, con motivo del Capítulo General, decidimos fijar una hora diaria de adoración. Tenemos mucho que hacer, […], sin embargo, nos mantenemos fieles a nuestra hora diaria de adoración. […] Desde que introdujimos este cambio, nuestro amor por Jesús es más íntimo, es más comprensivo nuestro amor recíproco, reina una mayor felicidad entre nosotras, amamos más a nuestros pobres. Y, lo que es más sorprendente, se ha doblado el número de vocaciones”.
En su despedida entrañable en el Cenáculo, Jesús expresó un deseo que conviene que no olvidemos nunca: Cuando me vaya y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14,3). Jesús se fue al cielo el día de su Ascensión, pero quiso quedarse en la tierra en la Eucaristía. Él quiere que lleguemos a estar con Él en ese lugar reservado en el cielo, pero indudablemente desea que estemos ya juntos en este lugar en la tierra que es la Eucaristía: que donde El está, estemos también nosotros.
Si creemos que está presente en la Eucaristía, nos daremos cuenta que El es nuestro primer prójimo, y estaremos a su lado —sin prisa, que sea lo primero— adorándolo, acompañándolo. Él solucionará nuestros pesares y necesidades; y nos concederá aquello que más necesitamos y que sólo Dios puede dar: la Fe, la Esperanza y la Caridad.
(Extractado de Devocionario Eucarístico, p. Jesús Martínez García)
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Jesús, en Vos confío