A través de todas nuestras prioridades y elecciones vamos buscando aquello que nos satisface, en lo que hallamos paz. Por eso suena inmediatamente en nuestros oídos una resistencia tenaz a todo lo que suene a cruz. Lo que debemos descubrir es que estamos llamados a gozos superiores, infinitos y no a los rápidos, momentáneos y aparentes.
Leamos sobre dos místicos contemporáneos:
Santa Teresa de Jesús (2) (+1582)
–Prefiere la oración dolorosa que la gozosa. «Es ya lo más ordinario este tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio que ya le quiere más que todos los regalos que [en la oración] solía tener. Parécele más seguro, porque es camino de cruz y en sí tiene un gusto muy de valor a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena, y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da este padecer» (Vida 20,15). «¡Oh, gran cosa es adonde el Señor da esta luz de entender lo mucho que se gana en padecer por El!» (34,16).
«Poned los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco» (7Moradas 4,9).
«El amor puro comprende estas palabras, el amor carnal no las comprenderá nunca (D-324)»
–O morir o padecer. Así lo declara en el último capítulo de su Vida. «Estaba una vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos dolores y había de tener el vómito ordinario. Como me vi tan atada de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan fatigada que comencé a llorar mucho y a afligirme… Estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de El y lo pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir con todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío… Y así ahora no me parece que hay para qué vivir sino para esto, y [es] lo que más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella: “Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí”. Dame consuelo oír el reloj, porque me parece que me allego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida» (Vida 40,20).
–Todos los discernimientos han de hacerse mirando a la Cruz, pues como solamente en ella mueren nuestros juicios y voluntades carnales, solo en ella podemos encontrar la verdad de Cristo.
En una ocasión, por ejemplo, queriendo Santa Teresa fundar conventos sin renta, hallaba muchos pareceres contrarios, y sin embargo, confiesa, «no podía persuadirme a tener renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase de manera que yo me viese pobre como Él» (Vida 35,3). Quiso Dios confirmarla en su intento por medio de «el santo fray Pedro de Alcántara… que como era bien amador de la pobreza… mandó que en ningún manera dejase de llevarlo muy adelante». Y el mismo Señor le aseguró en su propósito (35,5).
San Juan de Ávila (1) (+1569)
Por medio de muchos trabajos y no pocas persecuciones el Señor le enseñó al Maestro de Ávila la necesidad y el valor inmenso de la Cruz. En su habitación de Montilla tenía una gran cruz de palo. Y en la Cruz centraba sin duda, como san Pablo, su espiritualidad y su predicación.
–Del misterio de la Cruz escribe en el Tratado del Amor de Dios: “‘El ánima –dice san Ambrosio– que está desposada con Cristo y voluntariamente se junta con El en la cruz, ninguna cosa tiene por más gloriosa que traer consigo las injurias del Crucificado’. Pues ¿cómo te pagaré, Amado mío, este amor? Esta es digna recompensa, que la sangre se recompense con sangre… Dulcísimo Señor, yo conozco esta obligación: no permitas que me salga fuera de ella, y véame yo con esa sangre teñido y con esa cruz enclavado. ¡Oh cruz! hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate corona, para que pueda yo poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor!» (384-401).
«No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes [Señor], nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz… los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y sobre todo, el amor interior me da voces de que te ame y que nunca te olvide de mi corazón» (454-464).
–También su gran obra «Audi, filia» contiene preciosas enseñanzas sobre «el misterio y valor de la pasión y muerte de nuestro redentor Jesucristo, que con extrema deshonra había sido crucificado… En aquel madero, tan deshonrado según la apariencia exterior, estuvo colgada la vida divina, y allí, en medio de la tierra, obró Dios con su muerte la salud y remedio del mundo» (II,44, 4510-16).
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Jesús, en Vos confío