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«Adoradores: ¿Qué es la misa? (XXXVII)»

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(Continuación)
La Eucaristía sacia la sed de hambre de Dios, porque nutre al alma con la substancia misma de Dios, que se dona a través de la substancia humana divinizada del Hijo de Dios. La Humanidad de Cristo, santificada por el contacto con la Persona divina del Hijo de Dios, en el momento de la Encarnación, actúa como de puente entre Dios Trino y el alma, permitiendo que el Ser divino se done a través de ella, en el movimiento descendente de la divinidad, y permitiendo que el alma sea incorporada al seno al seno del Padre, por el Espíritu, en la unión con el Cuerpo del Hijo, en el movimiento ascendente.
«El que coma de este Pan no tendrá más hambre». Quien se alimenta de la Eucaristía, recibe la plenitud del Ser divino, del cual brotan, como de una fuente inagotable, la Vida eterna, el Amor divino, la luz celestial, la paz de Dios, la alegría de la Trinidad, todo lo cual extracolma al alma, saciándola absolutamente en su hambre y en su sed de la divinidad.

Quien se alimenta de la Eucaristía, no tiene más hambre de Dios

La condición de la Eucaristía como Pan que alimenta con un alimento super-substancial, de origen celestial y divino, está reflejada en el diálogo de Jesús con los fariseos, en donde ellos se escandalizan al interpretar materialmente sus palabras, sin asociarlas con el misterio de la cruz y la resurrección:«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?»(Jn 6,52). Los fariseos se escandalizan porque interpretan que deben comer el cuerpo de Cristo tal como lo ven, es decir, sin haber pasado todavía por su misterio pascual de muerte y resurrección, y sin haber sido glorificado por el Espíritu Santo. Se escandalizan porque no entienden que deben comer su Cuerpo y su Sangre glorificados, es decir, la Eucaristía. Es de esta manera que su Cuerpo alimento de origen celestial, porque la Eucaristía es el Pan supersubstancial que nos alimenta con la Vida Eterna, con la Vida misma de Dios. Es Pan de Vida Eterna porque no es un pan natural, sino el Cuerpo glorioso, resucitado y pleno de vida divina, del Hombre-Dios Jesucristo. Es la Carne de Cristo animada y vivificada por su alma divinizada y por la vida divina del Espíritu de Dios en ella presente, que comunica la vida eterna de Jesucristo a quien la come. Es lo que dice Jesús a los fariseos: «En verdad, en verdad os digo, si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis la vida en vosotros. Quien come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y Yo en Él» (Jn 6, 54-57).
Cuando los judíos se lamentan pensando que fuera una cosa imposible, en vez de explicar estas palabras como puramente simbólicas, Jesús insiste sobre su significado literal, aunque sin revelar la manera sacramental con la cual habría hecho de su Carne nuestro alimento . Los fariseos se escandalizan por las palabras de Jesús porque no entienden la Palabra de Dios. Rechazan a Jesús como Hombre-Dios y creen que lo que Jesús dice se refiere al Cuerpo y a la Sangre de Jesús no todavía glorificados, en el estado de Jesús antes de completar su misterio pascual (Jesús poseía el derecho y el poder de glorificar su cuerpo ya desde la Encarnación, pero no lo hizo por un milagro, mayor aún y de mayor gloria que el de la resurrección, para poder sufrir la Pasión ). Una visión puramente humana, materialista y literal del Hombre-Dios Jesucristo jamás puede penetrar en el misterio de la Eucaristía, porque lo reduce todo al horizonte humano, se vuelve incapaz de ver más allá, incapaz de escuchar la Palabra divina.

El misterio de su Presencia real

Sin embargo Jesús, la Palabra Encarnada, habla como Dios y como Dios sabe que Él dejará su Cuerpo y su Sangre glorificados como alimento de Vida eterna. Cuando Jesús habla de comer su Cuerpo y beber su Sangre para tener la Vida eterna, se refiere al misterio de su Presencia real en la Eucaristía, se refiere a la renovación sacramental de su sacrificio en la cruz, a su Presencia substancial en la Eucaristía, a la Misa: «Si no coméis… si no bebéis… mi Cuerpo y mi Sangre glorificados que os dejo en altar, no seréis en Mí, no tendréis mi Ser y mi Vida y mi Amor».
Al decirles a los judíos que hay que comer su Carne y beber su Sangre, se refiere al milagro operado por la potencia de su Espíritu en el Sacrificio del altar. Por el milagro de la transubstanciación, obrada por Él, que reina glorioso en los cielos, por medio de su sacerdote ministerial, que obra in Persona Christi, sobre el altar no hay más ni pan ni vino, sino Cuerpo suyo y Sangre suya, presentes en estado de inmolación, pertenecientes a Él glorificado en los cielos. Las substancias del pan y del vino, y el ser creatural que las actualizaba, no están, su ser creatural no es más; es el Ser divino que actualiza la substancia divina, el que sostiene a los accidentes del pan y del vino, debajo de los cuales se encuentran el Cuerpo y la Sangre de la Persona divina del Verbo de Dios, Persona Viva con Vida Eterna, que es la misma Vida Eterna.
Por eso la Eucaristía vivifica, da vida, y Vida divina, porque allí se encuentra Jesús, Verbo Encarnado, Persona Eterna con su Humanidad glorificada y resucitada, Dador de Vida. Presencia substancial, real, espiritual, mística, personal, allí, sobre el altar, delante de nuestros ojos, en la realidad, no en la imaginación, ni en el deseo ni en el pensamiento. Ahí fuera, localizado su Cuerpo por las especies eucarísticas. Por eso cuando consumimos la Eucaristía nos parece consumir un poco de pan, sin embargo, no es más pan: es Jesús, quien se nos ofrece como alimento que da la eternidad.
En su diálogo con los fariseos, Jesús tiene en mente la celebración de la misa, la Eucaristía, en donde Él deja sobre el su Humanidad glorificada y vivificada por las hipóstasis del Verbo y del Espíritu Santo. Él se refiere a la Misa, en donde su Humanidad vive con la gloria y la vida del Hombre-Dios, que es la gloria y la vida divinas; se refiere a su Humanidad
que posee la Vida Subsistente de Dios pero que no quiere dejársela para sí sino comunicarla, trasfundirla, derramarla, sobre las almas de quienes coman de su Cuerpo y beban de su Sangre. Porque su Humanidad está planificada por la Vida Subsistente de Dios, es la Vida divina en sí misma, sirve de instrumento al Espíritu de Vida para que este la comunique a quienes entren en contacto con ella. Su Cuerpo y su Sangre contienen porque son la Vida divina, y la pueden transmitir a los que los consumen. Por eso Él se llama a sí mismo: «el Pan Vivo bajado del cielo». El Espíritu de Vida divina inhabita en este Pan celestial. Cristo Eucaristía es el Pan Vivo de Dios que nos comunica la vida íntima de Dios. La Vida Eterna dela Trinidad se derrama en nosotros, se trasfunde en nosotros, cuando consumimos el Cuerpo glorioso de Jesús, cuando bebemos su Sangre.

La Vida de la Trinidad

Por medio de la Eucaristía, Cristo que en su Carne santa nos dona su Vida, la Vida suya, que es la Vida de la Trinidad, pasa a ser en nosotros el principio de una vida nueva, no humana, pero que no es contraria a la humana; una Vida sobretemporal, sobrehumana y sobrenatural, porque es una Vida Eterna, la Vida de la Trinidad en nosotros.
Al comulgar, entonces, somos alimentados con la divinidad de Cristo y con su humanidad divinizada, con lo cual queda saciado y colmado el espíritu humano en su sed insaciable de felicidad y de amor, al ser asimilados, por la comunión, al Cuerpo de Cristo, que le comunica de su substancia divina y de su substancia humana divinizada y lo configura a la Persona de Cristo: «El Cuerpo de Cristo es el mediador de esta asimilación y configuración plena a la Persona de Cristo, en virtud de la cual nosotros, como dice San Agustín, más que asimilar a Cristo, somos asimilados a Él y transformados cada vez más en la imagen de su gloria».
Es interesante detenerse en la paradoja que se da en la comunión, y que la destaca San Agustín: al consumir el Cuerpo de Cristo, que es el Pan de Vida eterna, sucede al revés de lo que parece: en vez de asimilar nosotros a Cristo, es en realidad Cristo quien nos asimila a Él, por el hecho de que el «pan» que consumimos en la comunión, es «nuevo», es decir, no es lo que parece -pan- y es lo que no parece -el Cuerpo de Cristo, con su carne glorificada. En otras palabras, el nuevo pan que dará Jesús será su carne, que es la carne del Verbo, y que por esto esta carne envuelve y contiene la substancia divina del Verbo. La carne del Verbo encierra en sí no una participación a la vida de Dios, sino a la vida misma de Dios, encierra al Dios-Vida. El pan que dará Jesús da la vida eterna porque la contiene substancialmente; en ese pan, que es su Cuerpo resucitado, está contenido el mismo Ser eterno de Dios, y por eso este pan alimenta no con una substancia inerte, sino con la misma vida substancial de Dios, que por ser vida de Dios es vida eterna.
Debido al contenido de este pan, la substancia divina, el Ser divino, y la Persona divina del Hijo, es necesaria la fe en Él, porque es Él quien dará la vida eterna, por ser Él la misma vida eterna personificada. Quien recibe la comunión eucarística sin fe en Jesucristo, o quien comulga sin la convicción firme de Su Presencia real y substancial, no tiene la vida eterna, es decir, que la fe en su Presencia viva en la Eucaristía es presentada como condición indispensable por Jesús para la comunicación misma de esa vida. No porque su Presencia viva dependa de la fe de quien lo vaya a recibir -eso es lo que sostienen los protestantes-, porque no depende de la fe del creyente. Pero sí la fe del creyente es lo que abre las puertas del alma para que el alma reciba ese torrente impetuoso de vida divina que brota del Pan vivo como de una fuente.
Cuando se recibe la comunión, no basta cumplir una acción puramente exterior, privada de la actitud interior . Al comer el Pan Vivo, la vida eterna de Dios se derrama con toda su fuerza y con toda su vitalidad divina, y la sobre-inunda al alma con su gloria y su santidad, pero el alma debe corresponder con un movimiento interior de la voluntad, abriéndose al misterio de Cristo, Verbo de Dios, que ingresa en ella como Pan de vida eterna .
Otro elemento que podemos usar para meditar, son las palabras que pronuncia el sacerdote al mostrar la Hostia consagrada,
al dar la comunión a los fieles: «El Cuerpo de Cristo».
Sitio del P. Álvaro: Agnus Dei,
http://adoremosalcordero.blogspot.com.ar

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