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«Adoradores: Testimonios eucarísticos»

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Emotivos relatos que nos ayudarán a aumentar
nuestro amor y fervor eucarístico.

¡Acércate a mí!

El Beato Fray Diego José de Cádiz, misionero de fuego, oraba sentado en una banca de la iglesia, cuando oye una voz imperiosa:
¡Acércate a mí!
El santo capuchino siente de dónde le viene la voz, se sube con audacia en el Altar, adosado al retablo, apega su pecho al Sagrario, hace reposar en él la cabeza, y escucha estas palabras salidas de dentro:
– «Si yo, en fuerza de mi amor a los hombres, me quedé sacramentado con ellos en las iglesias y sagrarios materiales, y en ellos recibo con agrado los obsequios que se me rinden, ¿con cuánto más gusto y complacencia no estaré en sus pechos por la Comunión? Entiéndelo así para tu enseñanza, y predícalo a todos a fin de que mi amor sea correspondido».
Fray Diego José, el apóstol de Andalucía, formuló entonces un propósito: «No me daré un momento de reposo hasta que vea a todo el mundo hincado en el comulgatorio».

¡Claro que puedo!

Manzoni, el mayor escritor italiano moderno, era un gran católico.
Enfermo, quiere ir a Misa. Pero no se lo permiten.
– ¿No ve que no puede?
– ¡Claro que puedo! Si se tratara de ir al banco a cobrar el billete de la lotería que me hubiese tocado, me arroparían, me cuidarían y me llevarían.
¿Por qué no hacen lo mismo para que no pierda la Misa?…

Un gran tesoro

El sacerdote William Doyle, que pasaba horas y horas ante el Sagrario, se lamentaba:
«¿Por qué Jesús me hace sentir tan vivamente su soledad en el Sagrario y sus ansias de que alguno le acompañe, y al mismo tiempo llena mis manos de tantas cosas que hacer?». La devoción a Jesús Sacramentado «es un tesoro tal que no puede comprarse a costo excesivo, porque, una vez logrado, asemeja esta vida al Cielo como jamás hubiéramos podido esperar».

Un mismo y único amor

La beata María Rafols llevaba en el Hospital una vida durísima, de trabajo intenso, de cansancio continuo. El Señor Sacramentado era su fuerza durante el día, y por la noche, cuando más necesitaba dormir, se pasaba largas horas en silencio profundo ante el Sagrario, donde la encontraban sus hermanas, que, viéndola, se estimulaban a hacer lo mismo. Jesús y los hermanos necesitados constituían para ellas un mismo y único amor.

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