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Adoradores: “Vamos al sacrificio de Jesús” (IV)

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Gloria a Dios en cielo, y en la tierra
paz a los hombres que ama el Señor.                                                                  Alabamos a Dios con la misma alabanza que los ángeles le dieron al Niño Dios en Belén (cfr. Lc 2, 14), que quiere decir “Casa de Pan”, y el motivo es que el altar es un Nuevo Belén, al cual vendrá Jesús, que se nos entregará como Pan de Vida eterna.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso.
En esta parte expresamos el motivo por el cual vinimos a Misa: para adorar, alabar, bendecir a Dios Trinidad “por su inmensa gloria”.
Señor, Hijo único Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres Santo, Sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén.
Suplicamos a Jesús, que es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (cfr. Jn 1, 29), que tenga piedad de nosotros, es decir, que tenga compasión porque “hacemos el mal que no queremos” y “no hacemos el bien que queremos” (cfr. Rom 7, 19) de nuestra incapacidad para obrar el bien y que por los méritos de su Pasión y Muerte en Cruz, nos perdone y nos lleve a todos al Cielo.

Oración colecta

Esta parte de la Misa se llama “Oración colecta”, y viene después de las invocaciones –cuando llamábamos a Jesús diciéndole: “Señor, Ten piedad”-, y después del rezo del Gloria (el día que se lo reza).
La palabra “colecta” nos suena a “recolectar”, como cuando alguien recoge algo que está desparramado, como cuando alguien levanta del suelo algo muy valioso, que está caído, o como cuando un jardinero corta con mucho cuidado las flores más hermosas de su jardín, y forma con ellas un ramo.
Esta tarea, de “recolectar”, o de “recoger”, es lo que hace el sacerdote en este momento: “recoge”, “colecta”, “recolecta” -espiritualmente, por supuesto-, las oraciones de cada uno de los que asisten a Misa y también las de toda la Iglesia, para presentarlas a Dios Padre .
Esto es muy necesario hacerlo, porque cuando venimos a Misa, todos traemos nuestras oraciones, que pueden ser peticiones y acciones de gracias, para presentarlas a Dios Padre, pero si no está el sacerdote, que representa al Sacerdote Eterno, el más grande de todos, Jesucristo, las oraciones no suben hasta Dios, y Dios es como que “no sabe” qué es lo que necesitamos de Él. Si no está el sacerdote, y si no se reza esta oración de la Misa, las oraciones de acción de gracias y de peticiones quedan en la tierra, sin subir hasta el trono de Dios, como cuando las hojas de los árboles caen en otoño, y nadie las levanta, o como cuando una flor termina por secarse, porque no hay ningún jardinero para cortarla y ponerla en un florero.
En este momento entonces aprovechamos para pedir a Dios -en silencio- por todas nuestras necesidades: por la conversión propia y la de nuestros seres queridos, por la salud de alguien que esté enfermo, por las almas del Purgatorio, por alguna necesidad mía, personal, etc. Pero también es un momento para elevar acciones de gracias por la cantidad enorme de favores y regalos que nos hace Dios, comenzando, por ejemplo, desde el sol que se levanta a la mañana, hasta la comida que comemos, pasando por el regalo que son los padres, los hermanos, los amigos, e incluso hasta los enemigos, a quienes Dios los pone para que aprendamos a amar como Él nos amó: hasta la muerte de Cruz.
La otra cosa que tenemos que tener en cuenta en esta parte de la Misa es que quien lleva nuestras oraciones, desde nuestros corazones, que están aquí abajo en la tierra, hasta las alturas infinitas del Cielo, donde está el trono de Dios Trino, es Jesús, el Hombre-Dios, y por eso tenemos que pedir, con confianza y con la seguridad de que seremos escuchados,
porque así es como nos dicen los santos, como san Felipe Neri: “Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda”. Y verdaderamente lo comprometemos a Dios para que nos conceda las gracias que le pedimos, porque es Jesús quien pide por nosotros. No es lo mismo que pidamos nosotros, por nosotros mismos, a que lo hagamos por medio de Jesús, ya que Él es el Hijo de Dios en Persona.
En la Misa debemos pedir y pedir mucho porque Jesús nos anima a ello en el Evangelio: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mc 7, 7).
¿Y qué cosas podemos pedir y buscar y a qué puertas debemos llamar, sabiendo que lo que pidamos se nos dará, que lo que busquemos lo encontraremos, y que la puerta a la que toquemos nos será abierta?.
Debemos pedir la gracia de la contrición del corazón, para nosotros y para nuestros seres queridos, y para todo el mundo; debemos buscar a Dios Trino para hacer su Voluntad, y debemos llamar a las puertas del Sagrado Corazón de Jesús, para pedir que nos dejen entrar en Él. Y todo esto con la seguridad de que seremos escuchados, porque el que lleva nuestras oraciones a Dios Padre es Dios Hijo, Jesucristo.
Pero hay algo más que tenemos que saber para esta parte de la Misa: además de pedir, buscar y llamar, y de elevar nuestras oraciones para pedir, en este momento ofrecemos algo a Dios, y lo que ofrecemos es nada más y nada menos que el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, quien se hará presente en la Divina Eucaristía. Y junto con Él, nos ofrecemos nosotros también como víctimas, como dice San Gregorio el Grande: “El sacrificio del altar será a nuestro favor verdaderamente aceptable como nuestro sacrificio a Dios, cuando nos presentamos como víctimas”.
Debido a que en la Misa le ofrecemos a Dios el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, la Misa tiene para nosotros un valor infinito, porque todo lo que hace Jesús en la cruz y en la Misa –adoración, acción de gracias, expiación, petición-, lo hace por nosotros y para nosotros, como si los méritos fueran nuestros, personales, de cada asistente a la asamblea.
Esto quiere decir, en otras palabras, que por la Misa ofrecemos a Dios un don de valor inestimable, una ofrenda preciosísima, agradabilísima a Dios, una Víctima purísima y perfectísima, capaz no solo de aplacar la ira divina que se enciende ante los pecados de los hombres, sino de abrir las compuertas del Amor divino, para que este se derrame, junto con la Sangre del Cordero, desde las profundidades del Sagrado Corazón de Jesús abierto por la lanza (cfr. Jn 19, 34), recogido por el cáliz del sacerdote ministerial y dado luego como alimento celestial para las almas.
Sacerdote: Oremos.
El sacerdote recita la oración colecta.
Todos: Amén.

B) LITURGIA DE LA PALABRA

Ahora comienza una parte de la Misa que se llama “liturgia de la Palabra”.
Para aprovecharla, tenemos que estar muy atentos, como cuando alguien está por recibir una noticia muy importante, y muy linda, porque le están por anunciar algo maravilloso.
¿Cómo qué es esta parte de la Misa? Imaginemos que un padre, muy pero muy bueno, que está en un lugar lejano, escribe una carta a sus hijos, que están en un lugar muy peligroso, a punto de morir de hambre y de frío, y rodeados de animales salvajes.
Imaginemos que este padre les escribe para decirles que se alegren, porque Él ya está en camino, y ha venido para salvarlos y para rescatarlos.¿Quién es el que anuncia una noticia? El que anuncia, a través de las lecturas, es nada menos que Dios. Las lecturas que se leen en la Misa no fueron inventadas por seres humanos, sino que fueron dictadas por Dios Espíritu Santo en Persona, y por eso es tan importante escuchar qué es lo que dice.
Las Escrituras entonces son como una “carta” escrita por Dios, como cuando un papá, que está lejos, escribe a sus hijos queridos, anunciándoles una hermosa noticia.
Y aquí viene la otra pregunta: ¿para quién es la “carta” que escribió Dios, dictándola a sus amigos hace mucho tiempo? Para nosotros. Toda la Biblia, y por supuesto todas las Lecturas sagradas que escuchamos en la Misa, es una enorme carta de amor que nos escribe Dios para cada uno de nosotros. Cuando escuchamos las Lecturas de la Misa, tenemos que escucharlas como si hubieran sido escritas para cada uno de nosotros, personalmente.
¿Cuál es la “noticia” que nos comunica Dios en las Lecturas y en la Sagrada Escritura? Es una “buena noticia”, la Buena Noticia de la salvación de Jesucristo. Toda la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, habla de esta noticia: Jesús ha venido a nuestro mundo para salvarnos, para vencer a los tres grandes enemigos que tenemos los seres humanos: el demonio, el pecado y la muerte.
Pero hay algo más: además de anunciarnos una gran noticia, Dios nos alimenta con su Palabra, porque la Palabra de Dios es algo que tiene vida eterna, vida del cielo, que hace que la persona que la escucha en esta tierra, viva ya con un pedacito de cielo en el corazón.
Y otra cosa más: como sucede a lo largo de toda la Misa, también aquí necesitamos el auxilio de la gracia para no confundir la Palabra de Dios con voces humanas. Antes de escuchar la Palabra de Dios, tenemos que pedir el auxilio del Espíritu Santo para no confundirnos y creer que la Palabra de Dios es invento de los hombres. (Continuará)
Sitio del P. Álvaro: NACER (Niños y Adolescentes Adoradores de Cristo Eucaristía), http://infantesyjovenesadoradores.blogspot.com.ar

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