Después que el pan y el vino se convirtieron en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el sacerdote dice: “Este es el misterio de la fe”, y todos responden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.
Los que están en Misa dicen dos cosas de Jesús: que murió y que resucitó, y que eso es lo que hay que ir a avisar a los demás, a los que no están en Misa.
La primera parte dice: “Anunciamos tu muerte”, porque se lo decimos a Jesús, que ya está en Persona en el altar. Lo que le estamos diciendo a Jesús es que creemos, aunque no vemos, que en el altar se renovó misteriosamente su muerte de Cruz; decimos que creemos en la muerte de Jesús en la Cruz, y que por un misterio que no sabemos cómo pasa, su muerte en Cruz se renueva en el altar, oculta y escondida detrás del velo de los sacramentos. Le decimos a Jesús que creemos sin dudar ni un segundo que El murió con su Cuerpo en la Cruz el Viernes Santo, y que cada vez que se celebra la Santa Misa, se renueva misteriosamente esa misma muerte, y por eso decimos que asistir a Misa es como asistir al Calvario.
Camino de la cruz
Y porque asistir a Misa es como asistir al Calvario, el que asiste a Misa tiene que tener el corazón como eran los corazones de la Virgen María y de Juan, cuando estaban al pie del Calvario.
Los que vienen a Misa no tienen que venir buscando una misa “divertida”, ni “simpática”, ni “alegre”; y tampoco tienen que venir pretendiendo encontrar “inventos” raros; los que vienen a Misa tienen que querer subir con el alma al altar, donde está Jesús con su Cruz, para ofrecerse a Dios Padre junto a Jesús; tienen que querer subir con el corazón a la Cruz, para estar junto a Jesús, y eso quiere decir estar dispuestos a soportar todas las ofensas que les haga el prójimo; los que vienen a Misa, como quieren estar cerca de Jesús que está en la Cruz, tienen que afinar el oído –y para eso hay que hacer silencio-, para escuchar las palabras que Jesús dice desde la Cruz: “Tengo sed”; “Todo está cumplido”; “He aquí a tu Madre”; “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
La segunda parte dice: “Proclamamos tu resurrección”, porque creemos que Jesús resucitó de entre los muertos, y que está en el Cielo, pero también está en la Eucaristía, en el altar y en el sagrario.
Esto quiere decir que el que viene a Misa, además de asistir al Calvario, asiste también a la tumba de Jesús, llamada Sepulcro de la Resurrección, porque Jesús en la Eucaristía no es el Jesús muerto de la Cruz, sino el Jesús vivo, glorioso, luminoso, el mismo que se levantó de la piedra del sepulcro, donde estaba tendido, con su Cuerpo frío y sin vida, para no morir nunca más, el Domingo de Resurrección.
Entonces, como venir a Misa es lo mismo que venir tiene que tener en el corazón la misma alegría que tuvieron las santas mujeres cuando fueron al sepulcro y lo encontraron vacío: “Llenas de alegría, corrieron a avisar a los demás que el sepulcro estaba vacío”.
La última parte dice: “Ven, Señor Jesús”, porque llamamos a Jesús, que está en la Eucaristía, para que venga pronto a nuestros corazones por la comunión. El ya vino desde el cielo, donde vive junto a su Papá, y se quedó en la Eucaristía, y ahora nosotros lo llamamos para que entre en nuestro corazón, y para eso vamos preparándonos, para recibirlo con fe y con toda la fuerza del corazón. Esto es lo que queremos decir cuando decimos: “Ven, Señor Jesús”.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice: Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo, te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación, y te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.
Lo que la Iglesia ofrece a Dios, es decir, la ofrenda, no es el pan y el vino propiamente hablando, sino estos mismos después de la transubstanciación, es decir, cuando han sido convertidos, por el poder del Espíritu Santo, en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo.
Epíclesis
Te pedimos, humildemente, que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice: Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa N.
En esta parte de la Misa, el sacerdote nombra al Papa. ¿Por qué lo nombra? Porque el Papa tiene mucha importancia para la Iglesia de todo el mundo, y por supuesto para cada uno de nosotros.
¿Y en qué es en lo que el Papa cree?
El Papa cree en Jesús, pero no como un hombre cualquiera, sino como Hombre verdadero y Dios verdadero, y por eso le llama: el Hombre-Dios. Además, el Papa cree que Jesús está en la Eucaristía, en Persona, y no simplemente en el recuerdo.
Esto es muy importante, porque la fe del Papa es la fe de toda la Iglesia, y por lo tanto, es nuestra fe. Si tenemos la misma fe del Papa, que es la misma fe de la Iglesia, desde que Jesús la fundó hace dos mil años, estamos dentro de la Iglesia; si creemos en algo distinto, entonces estamos fuera de la Iglesia.
Entonces nosotros, como cristianos, tenemos que creer en lo mismo que cree el Papa, y para eso el sacerdote lo nombra al Papa en esta parte de la Misa: no es solamente para que nos acordemos de él, sino para que tengamos la misma fe del Papa, la misma fe de la Iglesia.
Para ayudarnos a saber cómo es la fe del Papa en Jesús, nos tenemos que acordar de una vez que Jesús, estando en Palestina, lo llamó a Pedro -que era pescador-, para darle un cargo muy importante: quería hacerlo Jefe de su Iglesia en la tierra.
Y como el significado del nombre tiene mucha importancia para los judíos, Jesús le agregó un nombre nuevo al nombre que ya tenía, que era “Simón”, y lo llamó: “Kefas”, que quiere decir “Piedra”. Desde entonces se llamó “Simón Pedro”.
Con eso le decía que él iba a ser como una piedra de esas que se ponen en la tierra antes de hacer una casa, y que sobre él iba a construir su Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia” (cfr. Mt 16, 13-19).
También nos tenemos que acordar de cuando Pedro le dice a Jesús: “Tú eres el Mesías” (cfr. Mt 16, 13-23), porque ahí le está diciendo a Jesús que El es el Salvador de los hombres, y eso es lo que nosotros le tenemos que decir a Jesús en la Eucaristía: “Tú eres el Mesías”. La Eucaristía no es un poco de pan bendecido: es Jesús, que está escondido en algo que parece un poco de pan, pero ya no es más pan; por eso, tenemos que decirle a Jesús Eucaristía lo mismo que le dijo Pedro a Jesús en Palestina: “Tú eres el Mesías”. Nunca nos vamos a equivocar, si repetimos siempre las palabras que Pedro le dijo a Jesús.
Pero también tenemos que acordarnos del lugar donde Jesús le dijo a Pedro que iba a ser Papa, porque eso tiene mucha importancia para nosotros: Pedro estaba en una barca, porque era pescador; en la barca, había una red, que era la que se echaba al mar para atrapar los peces; junto a Pedro, estaban los otros pescadores; Jesús sube a la Barca; la Barca está en el mar, y cuando ya está llena de peces, vuelven de nuevo al puerto o a la playa, de donde salieron; ahí empiezan a separar los peces buenos de los peces malos, los que están descompuestos y no sirven, y los tiran de nuevo al mar.
Camino al Cielo
Todo en esta imagen tiene un sentido que nos enseña el camino para ir al cielo: la Barca es la Iglesia; el mar es la tierra y la historia; los peces son los hombres; Pedro, el pescador, es el Papa, Pescador de hombres por encargo de Jesucristo; la red es Jesús; los otros pescadores son los Apóstoles; el puerto o la playa adonde va la Barca después de
la pesca, es el Juicio Final; el trabajo que hacen los pescadores, separando a los peces buenos de los malos, son los Ángeles de Dios, que separan a los hombres buenos, para llevarlos al cielo, de los malos, para arrojarlos al infierno, de donde no podrán nunca más salir, por no querer portarse bien y amar a Dios y a sus hermanos. Los peces malos son aquellos que preferían ver un partido de fútbol en el estadio o en la televisión, antes que venir a Misa, y son aquellos que no les importaba lo que Jesús había enseñado: “Amen a sus enemigos”, y así se portaban mal con todos, y eran malos con todos, y como los que son malos no pueden estar delante de Dios, entonces los arrojan fuera de la barca, es decir, son los que nunca van a entrar en el cielo.
Los peces buenos, los que quedan en la Barca, son los que en su vida terrena se alimentaron de la Eucaristía, y asistían a Misa los domingos, y trataban de ser buenos con sus hermanos más necesitados.
Entonces, cuando el sacerdote en esta parte de la Misa nombre al Papa, tenemos que acordarnos de Pedro, cuando le decía a Jesús: “Tú eres el Mesías”, y desde lo más profundo del corazón, tenemos que decirle a Jesús Eucaristía: “¡Jesús Eucaristía, Tú eres el Mesías; ven a mi pobre corazón, llénalo de tu gracia y de tu amor, y haz que al final de mi vida, pueda ir al cielo, para estar con Vos y con la Virgen para siempre!”.
Con nuestro Obispo N. y todos los pastores que cuidan de tu pueblo, llévala a su perfección por la caridad. Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro.
Ten misericordia de todos nosotros, y así, CON MARÍA, LA VIRGEN MADRE DE DIOS, […].
Continuará
Padre Alvaro Sánchez Rueda
Sitio del padre Alvaro: Nacer,
http://infantesyjovenesadoradores.blogspot.com.ar .
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Jesús en vos confío