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13 de septiembre: san Juan Crisóstomo

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El “Doctor de la Eucaristía”

“Cristo está presente: el mismo Cristo que otrora hizo
poner la mesa de la Cena, ha puesto esta para vosotros.”

San Juan Crisóstomo nació en Antioquía, de padres cristianos, hacia el año 349. Estudió retórica bajo Libanius, el mas famoso orador de su época y en el 374 comenzó una vida de anacoreta en las montañas. En el 386, su mala salud le forzó a regresar a Antioquia.
Allí fue ordenado sacerdote. Ejerció, con gran provecho, el ministerio de la predicación. El año 397 fue elegido obispo de Constantinopla, cargo en el que se comportó como un pastor ejemplar, esforzándose por llevar a cabo una estricta reforma de las costumbres del clero y de los fieles.
Su rectitud en proclamar y defender la verdad le ganó muchos enemigos. La oposición de la corte imperial y de los envidiosos maquinaron acusaciones contra el y lo llevaron dos veces al destierro y eventualmente a Pythius en la periferia del imperio. Uno de sus enemigos, Theophilus, patriarca de Alejandría, se arrepintió antes de su muerte. Otro enemigo era la emperadora Eudoxia.
Tuvo el consuelo de contar siempre con el apoyo del Papa y llevó todas las tribulaciones con gran valentía y fe. Acabado por tantas miserias, murió en Comana, en el Ponto, el día 14 de septiembre del año 407. Contribuyó en gran manera, por su palabra y escritos, al enriquecimiento de la doctrina cristiana, mereciendo el apelativo de Crisóstomo, es decir, “Boca de oro”.

Un sermón eucarístico

Llamado el “Doctor de la Eucaristía”, san Juan Crisóstomo afirma primeramente la identidad del cuerpo de Cristo en este sacramento y en la realidad histórica: “Cristo está presente: el mismo Cristo que otrora hizo poner la mesa de la Cena, ha puesto ésta para vosotros. No es un hombre quien hace que las ofrendas se conviertan en el cuerpo y en la sangre de Cristo, sino ciertamente Cristo mismo crucificado por nosotros. Allí está el sacerdote que lo representa y pronuncia las solemnes palabras, pero el poder y la Gracia de Dios son las que operan: ‘Este es mi cuerpo’, dice El. Estas palabras transforman las obleas. . . Estas palabras no han sido dichas sino una sola vez; y desde ese día hasta ahora, hasta el retorno del Salvador, en cada altar, en las iglesias, realizan el sacrificio perfecto” (Hom. LXXXII sobre San Mateo, Hom. I sobre la traición de Judas). “Cristo no se contentó con mostrarse a quienes lo deseaban; se ha dejado tocar, comer, triturar entre los dientes, asimilar” (Hom. XLVI sobre S. Juan). “Que sus palabras se impongan a nuestro razonamiento y a nuestros sentidos. No veamos solamente lo que está bajo nuestras miradas, sino que tengamos presentes las palabras de Cristo. Así es que una vez que sus palabras han dicho: “Este es mi cuerpo”, rindámonos, veamos su cuerpo con los ojos de la inteligencia” (Hom. LXXXII sobre S. Mateo). “Lo que está en el cáliz es eso mismo que brotó del costado de Cristo y de eso es de lo que participamos.
“Cuando se os presente el cuerpo de Cristo, decíos a vosotros mismos: este es el Cuerpo que azotado con varas y traspasado por clavos no ha sido presa de la muerte: este es el Cuerpo ensangrentado, traspasado por la lanza, del que han manado las fuentes saludables para toda la tierra. . . Y este Cuerpo nos lo ha dado El a tomar en nuestras manos, para comer … acto de amor infinito” (Hom. XXIV, sobre Ep. I Cor.; Hom. III sobre Ep. a los Ef.) Por lo demás, a pesar de las expresiones realistas, el santo Doctor sabe muy bien que el cuerpo de Cristo no es ni triturado ni fraccionado por la comunión eucarística (Hom. I sobre S. Mat, Hom. XVII sobre Ep. a los Heb.).

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