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Deberes para con la sagrada Eucaristía: «La cruz viene de Dios»

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Invitación a ofrecer los sufrimientos a Dios con amor y a no
tomarlos como un castigo, sino como un regalo para la santidad.

Sí; ¡viva la cruz en este mundo, sobre todo la cruz que nos viene de su Corazón paternal!
El divino maestro nos visita a veces con la gracia del calvario; pero también con la fuerza de su amor. ¡Qué espectáculo más bello ver a Dios dulcificando nuestras cruces!
Es preciso que nos visite esta hija del cielo, porque, de otro modo, permaneceríamos sobre nuestro Tabor.

Todo pasa pronto. El sol es más bello después de una tempestad o de un día nublado.
Ténganlo entendido: el estado de sufrimiento viene siempre de Dios, quien nos lo proporciona para nuestro mayor bien y para otorgarnos alguna gracia espiritual. Y si por ventura la pobre naturaleza ha sufrido algunos momentos, reanímenla por medio de la santa entrega y no se desanimen.

Déjense crucificar de buen grado por la santa obediencia y por el amor a nuestro Señor.
Siéntanse dichosos al poder sufrir lo que el divino maestro les envía por puro amor. Bendigan a Dios, porque en su bondad les da cuánto hay de más preciado, de más amable: la prueba de su amor.

Un trozo de la cruz

No digan que es un castigo ; no, no es un castigo, sino un trozo de la cruz de nuestro Señor. Cuando les venga alguna cruz no deben despreciar su divino origen, sino recibirla como a hija del calvario, como a una gota de la sangre del Salvador.
El divino maestro les coloca sobre la cruz: los quiere ver crucificados con Él. Pero ¡qué diferencia! A Él le crucifican sus enemigos y a vosotros sus divinas manos, su amor, para poderles dar el precio de su muerte y la gloria de su cruz.

¡Qué dicha el sufrir por el amor y para el amor!
Sí; sufran de buen grado por amor de Jesucristo. El amor que no sufre no merece el nombre de amor.
Nuestro Señor no exige de ustedes más que un ejercicio y un pensamiento: el de estar unidos a su amor por la cruz y el de una completa entrega por una santa pobreza de medios y de ayudas externas.

¡Qué unión más feliz y hermosa la del holocausto!
Amen de continuo a Jesús crucificado, que hallarán tesoros y delicias desconocidas para los que no se atreven a subir hasta la cima del calvario.
Jesús era más grande en el calvario que en el Tabor; y cuando quiere santificar a un cristiano lo atrae a sí, según aquellas palabras: “Cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré todas las cosas a Mí”.

Y cuando sean ustedes por entero de Jesús, Él, si preciso es, obrará milagros en favor de ustedes. Los ángeles le sirvieron cuando tuvo hambre después de cuarenta días de ayunos y combates.
No miren, les ruego, el dolor natural del sufrimiento: miren la cruz en nuestro Señor, que así será otro su aspecto.
No olviden que la cruz es Jesús que viene a descansar un poquito en el corazón de ustedes mientras escala la cima del calvario, de donde subirá al cielo.

Vivir, glorificar a Dios, morir: ¡qué ideal más bello! ¿Cómo lo representaríamos? Yo no conozco otra forma que la de Jesús crucificado o la del alma enclavada en la cruz con Jesús.

Floración de la santidad

Uno de los fines principales del sufrimiento, según los designios de Dios, que lo envía, es purificar el alma para que, desasida de los bienes y alegrías terrestres, se dé del todo a Dios.
El sufrimiento es, por tanto, una floración de la santidad. Ya saben que la viña y el castaño destilan sus lágrimas, antes de florecer. Por eso nuestro divino maestro purifica de continuo el corazón para unírsele más íntimamente. Déjenle obrar. No hará más que separar las escorias mezcladas con el oro para que sea todavía más puro.
Amen a Jesús en todos los estados en que su amor les coloque; y así, cuando estén tristes y desolados, amen con Jesús desolado; pero vayan progresando siempre en el amor.
Cierto que uno sufre cuando está crucificado con Jesús, pero a la par que llora está siempre alegre.
Lloramos porque el sufrimiento no gusta a la naturaleza, porque ella odia el reinado de Dios en nosotros.
No hemos de extrañarnos de que gima y tenga miedo, ni debemos reprenderla ásperamente, sino decirle con el real profeta: “Alma mía, ¿por qué estás triste, por qué te turbas? Ten confianza en Dios, que es tan bueno”.

Pero al mismo tiempo se está alegre porque la gracia estima el sufrimiento, y el amor nos hace quererlo y desearlo, porque la esencia del amor en esta vida radica en la inmolación y el sufrimiento.
Pero, por desgracia, ¡cuán trabajoso resulta para Dios el arrancar de nosotros todo lo que estorba a su gracia e impide el reinado de su amor en nosotros! Dejémosle obrar. Aun cuando el dolor del sufrimiento nos hiere muy hondo, lo es para más rápidamente dar muerte a esta miserable naturaleza.

Habla al Mundo es un proyecto de formación y difusión de la Divina Misericordia.

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