Invitación a unirse al amor del Padre prescindiendo de uno mismo
Coloquen toda su confianza en la santa y amable voluntad de Dios, porque lo que Él quiere es lo más perfecto para ustedes y lo más glorioso para su servicio. Procuren ver en ustedes, en derredor suyo, dentro de ustedes, esa amorosa voluntad de Dios, que se ocupa de ustedes, como si fueran los únicos que viven en el mundo. Adoren las razones de su Providencia divina, siempre buena y amable.
Vayan a nuestro Señor sin su cuerpo, sin su alma; prescindan de ellos; únanse al amor de Dios por su voluntad.
Avancen con toda la sencillez, paso a paso; tómense de la mano de Dios cual si fueran ciegos; coman el pan que se les presenta cual si fueran mendigos; vivan de la gracia actual: con ella tendrán un albergue, un hogar, una espléndida mesa preparada por la divina providencia.
Reciban siempre con alegría y amor los beneficios de Dios; reparen más bien en su bondad que en la propia maldad, en sus gracias más que en los propios pecados, en sus beneficios más que en los propios sufrimientos, en su fuerza más que en nuestra flaqueza, en su amor más que en nuestra tibieza. De este modo se unirán por el corazón y por la vida a esta amable e incesante bondad.
Vivan agradecidos como el pobre. Olviden sus miserias, sus mismos pecados, para vivir un tanto a semejanza del Cielo, donde se bendice, se agradece y se ama con amor siempre nuevo y cada vez más perfecto a la santísima Trinidad y donde se contemplan los pecados personales reflejados en la misericordia de Dios, las propias acciones en su gracia, y donde la felicidad de cada uno es el destello de la felicidad divina.
Sirvan a Dios con alegría.
El amor es fuente de alegría y de generosidad: es lo natural. Contemplen siempre la inefable bondad de Dios para con ustedes, su mano tan paternal, previsora y amable aun en los más insignificantes sacrificios que de ustedes exige.
Miren todas las cosas a través de ese prisma divino y las verán iluminadas de ese bello color.
Acuérdense de que la tristeza natural mata al cuerpo y al espíritu y que la tristeza espiritual da muerte al corazón y a la piedad.
Ya sé que hay una tristeza sana; pero ni aun ésa se la deseo. Prefiero verlos reclinados sobre el corazón de Jesús, como san Juan, que arrojados a sus pies, como la Magdalena.
Paz confiada en Dios
Lleven siempre el corazón y el espíritu fijos en su bondadoso padre y Salvador. Cuando vuela uno repara tan sólo en las alturas. No siempre puede el sentimiento procurarnos la felicidad; pero sí nos la puede dar siempre nuestra voluntad unida a la de Dios.
Tu alma no ha de descansar en los éxitos obtenidos en el servicio de Dios, y menos todavía en el sentimiento del bien; todo ello es muy variable y no es tampoco la verdadera santidad; fundan su paz en la confianza de Dios, en su bondad, en su amor paternal.
Por lo tanto, confíen vivamente en la providencia, que cada momento vela por ustedes. Todo lo que nos acontece viene a cumplir en nosotros la misión que Dios le señala; reciban, por tanto, todas las cosas como a mensajeras divinas.
Coloquen toda su confianza en la santa y amable voluntad de Dios, porque lo que Él quiere es lo más perfecto para ustedes y lo más glorioso para su servicio.
Sirvan a Dios con fidelidad siempre constante en todos los estados de su alma, de su cuerpo y de sus obligaciones.
Trabajen siempre y en todo por Dios. Canten sin cesar el cántico del amor, ya que Dios los ama tanto y asimismo ustedes anhelen amarlo en progresión continua.
Confíen en el amor que Dios os tiene, tan grande, tan constante, tan paternal.
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Jesús, en Vos confío