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Adoradores: «Sagrado Alimento de peregrinos y caminantes»

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La Eucaristía nos empuja a promover la fraternidad en un mundo dividido.

La Eucaristía es cibus viatorum, alimento de peregrinos y caminantes. Así viven y caminan los cristianos por el mundo, con la mirada puesta en la meta final, cuando toda la humanidad será así ofrenda agradable a Dios Padre.
La Eucaristía es también panis filiorum, el pan de los hijos de Dios. Es el alimento de los hijos, el pan vivo de Dios bajado del Cielo, que da vida al mundo. Es mi Padre –dice Jesús–, el que os da el verdadero pan del Cielo.
Por eso la Iglesia celebra la Eucaristía con la mirada y el corazón puestos en el Padre, santo y misericordioso, fuente de toda santidad y que cada día (nuestro pan de cada día) nos alimenta con el don del Cuerpo y de la Sangre de su amadísimo Hijo.
Para participar dignamente en la mesa de la Eucaristía, verdadero banquete de los hijos de Dios, es indispensable vestir el traje de boda. Para ello la Iglesia nos ofrece el sacramento de la Reconciliación. En él se recibe el perdón, a través del abrazo misericordioso con el que Dios nos acoge.
El pueblo peregrino, con la fracción del pan, revive la gracia y el compromiso de la vida nueva, como la primera comunidad de Jerusalén (“perseveraban en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión, en la fracción del pan y en la oración”, Hch 2,42).
Por eso la Eucaristía, desde siempre, ha sido factor de comunión en la diversidad, al compartir el mismo pan de vida que acrecienta también el don de la fraternidad. Así lo expresa un texto de la antigua tradición hispánica, que precede a la oración dominical en la liturgia eucarística:
Para que con el deseo de la humildad y con la profesión de la caridad, por el alimento y la sangre del Señor, quede unida toda la fraternidad con su cuerpo, y podamos decir en la tierra con toda confianza: Padre nuestro…”
La Eucaristía es hoy también una fuerte llamada a vivir la fe cristiana a la luz del signo expresivo y sacramental del dies Domini, el día del Señor y Pascua semanal, cuando la familia de los hijos de Dios se reúne en torno a la mesa del Pan de la Palabra y del Pan eucarístico, como un testimonio de fe en la presencia del Resucitado en este mundo.
La Eucaristía, por ser signo de unidad y fuente de caridad, es también una efusión del Espíritu Santo en nuestros corazones y nos empuja a promover la fraternidad en un mundo dividido, dando testimonio de la paternidad amorosa de Dios hacia todos.
¿Cómo no recordaros que fue la Eucaristía, celebrada, adorada y participada, el secreto de la vitalidad de la Iglesia de vuestra patria, en esa peregrinación histórica de los siglos pasados, que ha dejado tantos monumentos de auténtica piedad?
Con esta misma certeza os exhorto a confiar en el futuro, para que Cristo, presente en la Eucaristía, fortalezca vuestra firmeza y renueve en todos, especialmente en los jóvenes, el compromiso de la evangelización y el ansia de un testimonio público y social de vida cristiana en este fin de siglo y del milenio.                          (San Juan Pablo II/ IX Congreso Euc. Nac.1999, / Extractos)

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